NARRATIVA: MUTANTE, ESCRITO POR SERGIO ZEA
“A la pereza debe ser opuesta diligencia, para un correcto vivir dentro de los lineamientos divinos que todo buen cristiano debe profesar en su paso por la vida”
Leo con mis ojos un tanto rojos y con pronunciadas ojeras el curioso mensaje en un corcho de notas, en frente de la cafetera en donde me sirvo un amargo brebaje que multiplique un poco mis recientemente menguadas energías. Necesito mi café muy cargado porque necesito la totalidad de atención en mi trabajo, luego de unas “vacaciones no solicitadas” de 15 días en las que mi amado hermano Marcos (y jefe de todos los jefes de aquí) una vez más ha pasado por alto mi falta de compromiso con lo que podría llamarse “la costumbre de cumplir visitas rutinarias a cierto conjunto de metros cuadrados equipados con computadores, papeles, bolígrafos, personas y variados estados anímicos llamado oficina”, a ciertas horas determinadas, todo sea dicho.
Cada vez se la pongo más y más difícil a mi hermano que constantemente va quemando todo su arsenal de disculpas con mis compañeros y superiores en el trabajo, como si de un Rambo envejecido se tratara. Pero esta vez pienso, por lo menos, compensar su infinito amor con algo de diligencia en mi trabajo… al menos así lo prometo esta veinteava vez.
Y ahí estoy, precisamente contemplando la lánguida, sutil e increíblemente pesada palabra: “diligencia”. Pienso y leo la palabra, mientras quemo mi lengua con un profundo sorbo de ese negro potente que para mí no significa prácticamente nada y del que todos parecieran rendirle cierto tipo de culto matutino que los llevara de la quietud a la euforia en menos de tres nanosegundos.
Diligencia, diligencia, diligencia, diligencia… leo la palabra tan rápido que espero que se confunda en mi mente con mi propio nombre, con mis deberes, con mi vida. Aquella palabra tan lejos y la vez tan cerca de mis pupilas, y estas parecen de repente a kilómetros de mi cerebro, mismo que siento increíblemente cerca de las actualmente calcinadas papilas gustativas efecto del fuerte café que degusto.
No parecía estar muy diligente cuando decidí abandonar esa misma oficina hace dos semanas luego de que mi amiga Karen a plenas 10 de la mañana tuviera la fabulosa idea de contarme que estaba enamorada de ese chico estúpido en sus nuevas clases de baile. Fue ahí donde mi yo más demoniaco decidió abrir de una patada mi puerta-barrera emocional y gritarme de manera “poco fervorosa"
-¿PERO DE VERDAD CREÍAS QUE ELLA SE ESTABA RESERVANDO PARA TI? ¿PENSABAS QUE TENÍAS ALGUNA OPORTUNIDAD?
Mi yo interno más ratonesco decidió en ese momento ir a la regadera a tomar una larga y fría ducha, ropa incluida, en el sucio baño de los pensamientos. Mientras, mi rostro aún al frente de Karen asintió tontamente y me empeñé en poner mi mejor cara de empatía fingida con una sonrisa que rayaba en lo estúpido. En ese lado abstracto húmedo me preparé para la golpiza intelectual de mi propio demonio.
-Blablablablá blablablá blablablá- (pausa para una reluciente sonrisa) -blablablá blablablá– Vi gesticular a Karen con más sonrisas y una mano a mi hombro, mano izquierda a su boca para disimular el exceso de sonrisa. Seguidas de más parloteos sin aparente voz inteligible por parte de ella y más asentimientos torpes de mi cabeza y ensanchamiento exagerado y falso de mi sonrisa.
¡Fue todo! Una última sonrisa, una leve caricia de mi hombro y luego se largó con una envidiable exaltación que no paró por muy alejada que estuviera de mi campo de visión. Yo, solo, aún seguía asintiendo y sonriendo mientras en mi cabeza mi verdugo personal le propendía un estimulante masaje con puñetazos, patadas, rodillazos y batazos al pobre corazón que seguía bombeando la sangre necesaria para continuar con el imbécil asentimiento.
Luego de eso no recuerdo mucho. Sé que por arte de magia volví a conciencia en mi apartamento luego del medio día, acostado boca abajo en mi cama, llorando a moco tendido como si el mundo hubiera terminado. Mi demonio (cachos y cola, inclusive rojas, si lo hubieras podido haber visto) me miró y sonrió:
-No tomaste tu litio, ¿cierto?-
-¡VETE A LA MIERDA!- Y con un certero almohadazo entre cuerno y cuerno lo hice desaparecer, por lo menos de momento.
Pero él tenía razón, hacía días no había tomado el condenado Litio porque en primera me hacía sentir como un niñito estúpido con una máscara feliz pintada a mano con crayones pegada con engrudo en la cara. Y en un mundo en donde todos se fijan hasta en la más mínima expresión de tu rostro, he sentido que sirve como prueba fundamental de la confirmación de la larguísima lista de prejuicios a los que todos nos vemos sometidos día a día. La segunda razón era muy trivial y en ese momento parecía bastante ingenua: Quería que Karen me viera lúcido. Si, ya lo sé. ¿Irónico, no
crees?
Así que, como el valiente Dante, procedo rememorarte mis travesías por el mundo de oscuridad y luz que me llevaron a este momento
Infierno
Día 0: Dormir, llorar, comer, dormir, dormir, orinar, dormir, comer. Lo bonito de este día era que aún me quedaban energías para levantarme de cama. Lo feo es que esas valiosas energías se agotaban. Rápido. Muy rápido, de hecho.
Día 1: ¿Saben lo difícil que es tratar de dormir cuando tienes unas ganas enormes de defecar? Mi Demonio se reía sentado en lo alto de mi clóset mientras me recomendaba:
-Ahí tienes una bolsa por si no alcanzas a llegar.
-Vete a la mierda- grité con mucho menos entusiasmo esta vez. Acto seguido me levanté al baño y luego a la nevera. Mis reservas alimenticias menguaban pero tenía dinero en mi billetera. -No tengo tanta hambre- me engañé.
Día 2: Mis entrañas clamaban por varias necesidades urgentes en términos de desalojos líquidos corpóreos, sin embargo me las ingenié para no tener que hacer uso de las extremidades inferiores para dar calma a tan insignificantes alarmas naturales.
Día 3: llamada, llamada, llamada, llamada. Mi teléfono pereció ahogado en lo que creo era un vaso grande con agua.
Día 4: Me di cuenta de tres cosas, número uno: lo amargo y azufroso del sabor en mi boca me hizo dar cuenta que el vaso no era de agua (¿recuerdas el día 2?). Lo segundo: la bolsa que mi amigo rojo me tendía con una mano para nada pareció una mala idea. Lo tercero es que el contenido del vaso fue a acompañar al recién depositado dentro de la bolsa en estridente arcada, con la fatídica consecuencia que el volumen de uno y otro eran mucho más significativos que el del improvisado receptáculo. Sin embargo estaba muy cansado para detenerme a pensar en las intempestivas clases de geometría y aritmética. Opté mejor por dormir.
Dia 5: Mi hermano tocó la puerta.
-Diego- Toc, toc, toc. –Abre la puerta. Voy a llevarte al sanatorio-
Silencio
-¡Diego, por favor, ábreme! Déjame ayudarte- más golpeteos insistentes en el portón.
El demonio me miró sentado y recostado desde este lado de aquella puerta, ladeando la cabeza. Por primera vez vi que lo hizo con verdadero aprecio. Noté que estaba llorando.
-¡VETE A LA MIERDA, MARCOS!
Día 6: Ese particular día puedo decirte con cien por ciento de seguridad que yo no estaba vivo; estaba dormido.
Día 7: En la penumbra de una desorganizada habitación. Dos rayos de sol entraban uno por debajo de la puerta y el otro por un doblez de la cortina que cubría casi toda la ventana. En el suelo un caos de múltiples elementos sólidos, líquidos y orgánicos en humorosa descomposición.
-Termina con esto, Diego- Me dije a mí mismo, sentado en la cama medio desnudo mientras sostenía una barbera en la muñeca. –TERMÍNALO, ESTÚPIDO IDIOTA- grité a viva voz. Mi mano temblaba con copiosos espasmos. Únicamente conseguí llegar a hacer una fina línea roja para nada profunda.
Caí de rodillas al suelo, llorando. ¿Por qué? ¿Por qué yo? ¿No podía ser diferente?
-MALDITO LITIO- volví a gritar
Pero sabía que no necesitaba Litio, era muy tarde para eso. Sabía que requería de otra cosa. Una medida extrema, o la solución final como un antiguo poeta había expresado en tiempos más aciagos.
El diablo se levantó de la puerta y secó sus lágrimas. Caminó hacia mi escritorio. De espaldas a mi abrió un cajón y sacó algo que no pude ver en primera. Luego caminó hacia mí revelándome
lo que traía en la mano; agitó con entusiasmo una jeringuilla.
Hora de la medicina
Duro era recordar todo eso. Ahora, en la oficina con el vaso sin café inclinado en mi boca.
“A la pereza debe ser opuesta diligencia”
Menuda estupidez. ¡Como si las reglas las dictara un gurú que registra una fórmula en los libros perpetuos del conocimiento inútil de unos cuantos que tuvieron por defecto lo que se nos es negado naturalmente a algunos desde que nacimos!
Ahí, parado en el cafetín, miro detrás de mí el reflejo en la brillante cafetera la silueta de un par de chicas tontas que vacilan para entrar en el recinto. Son de aquellas personas que piensan que la vida es un edificio con sótanos nauseabundos o áticos exclusivos y que para ello se hicieron las escaleras y ascensores de las relaciones sociales. Se abstienen, en primera, de entrar porque se dan cuenta de mi presencia. Una codea a la otra y hace un gesto exagerado y mudo con su cara. Me señala. La otra frunce el ceño y se encoje de hombros. Entra a las malas y se prepara un Cappuccino con el doble de dulce (que luego seguramente irá a quemar en la caminadora o simplemente vomitará, si su estado de ánimo se lo permite). La otra entra a regañadientes luego de tres segundos. Ninguna se da cuenta que tengo mi propio televisor en las platinas paredes de la cafetera. La chica del café habla primero.
-¿Y qué te dijo Juanfer, entonces? ¿Así como así se fue del cine?, ¿sin más? Te dije que él era muy
raro, no me agrada mucho. Es muy guapo y el ascenso le sienta muy bien, pero es tan…- no logra dar con la palabra.
-¡Ay, Poli!, sabes que Fer es rarito, pero hay que saberlo entender. El tipo me encanta, y si, es un poco malgeniado algunas veces, pero es lindo y súper amplio conmigo-
-¿No te preocupan sus cambios de humor?-
Yo, mientras preparo otro café. Meto la mano izquierda en el bolsillo y enderezo la espalda lo que puedo. Doy un pequeño saltito en la punta de mis pies. Espero pacientemente a que se llene mi vaso. Prepárate, lengua.
-Para nada- Retoma la chica con la relación conflictiva, luego de brindarme un rápido vistazo ante mi cambio de postura. -Lo que pasa es que Fer está muy estresado con lo del proyecto del B11- “Poli” apura su vaso como si de agua se tratara. Afirma concluyentemente, mientras tira el vaso a la basura y salen:
-¡Hay que ver! A ti siempre te buscan los tipos bipolares- tras lo que remata con una carcajada de falsa amistad revuelta de hipocresía y veneno. También un toquecito de humor con un inocente sonido de marranito por lo bajo de su risa.
Yo me dispongo a tomar mi segundo vaso de café y pienso: “Bipolar”
Recuerdo…
Paraíso
Día 7.5: En mi habitación, visité lo que se parecía mucho a una galería de arte, o al menos eso es lo que mis sentidos fueron capaces de interpretar; Vi todo rojo, multiplicado, lento, intenso. Cada sonido era un bucle repetitivo polifónico de otro sonido que no se apagaba. Luego mi visión saltó a un extremadamente detallado lienzo puntillista con el negro y el carmesí como protagonistas y que se conectaban de un modo tan fluido e intrínseco como la sangre y la noche orgánica mezclados en el suelo de mi apartamento.
Por fin el dolor menguó y dio paso a la exaltación eufórica. Tos, tos imparable. Tos que me ahogaba. Tos y rojo fueron mi mundo. Algo no me dejaba respirar; expulsé de mi boca 2 plumas escarlatas enormes que cayeron en una lenta y espiralada danza. Era el mejor día de mi vida.
El demonio me abrazó mirándome a los ojos, muy sonriente. Ya no tenía cuernos, ya no tenía cola. De hecho parecía un guapo Yuppie con traje elegante, zapatos finos, camisa inmaculada, chaqueta abierta y corbata un poco suelta. ¿Lo imaginas? Me liberó de sus afectos y se puso sus carísimas gafas para sol sin renunciar a esa magnífica sonrisa blanca. Yo por mi parte procedí de un salto a tomar un baño y una meticulosa pero veloz afeitada. Luego embestí con ímpetu mi clóset. –Este verde no. Pantalón horrendo. Medias de otro color. Zapatos más elegantes. Chaqueta negra- Mi atención se centraba en los pequeños detalles, pero todo a una velocidad que rayaba en lo frenético. El tiempo se me agotaba.
Luego de ello realicé una última parada en mi computador, asalté mi propia cuenta de ahorros, transfiriendo todo lo que tenía destinado para mi especialización y me aprovisioné con un celular de repuesto que guardaba para emergencias.
Frente a la puerta me detuve un instante y esperé el agudo dolor en mi espalda. Así fue como salieron dos poderosas alas rojas, que crecieron como una rosa abriendo desde el botón, filmada en cámara rápida. Al final las desplegué en plena envergadura. “Soy invencible” pensé. Rompí la puerta-barrera de mi habitación con un sonoro grito.
–A LA MIERDA KAREN-
La noche se desgarró con mi alarido. A nadie le importó.
Día 8: Bailaba en el club frenéticamente. Ya había causado dos peleas en los últimos tres bares que había estado. -La cuarta es la puta vencida- Dije para mi amigo el diablo que seguía mi compás de baile con música en altísimo volumen. Tome, fumé, corté, aspiré y bailé una y otra y otra vez. De vez en cuando algún borracho cometía el error de interponerse en mi camino, sufrieron uno de dos destinos: Fue golpeado por mí o besado con pasión por mi demonio. Pero bailé y bailé. De vez en cuando vomitaba en las piernas de alguna bella chica, pero me recomponía y seguía en mis menesteres. El lapso pasaba muy rápido y me estaba quedando sin ese precioso tiempo.
Día 9: Tres prostitutas yacieron extenuadas a mi lado. Les quedó clarísimo que jugar al perrito, felar hasta las amígdalas con arcadas como recompensa, apostar la cara para interminables faciales seguidos por profundas y meticulosas limpieza “lingüísticas”, ser azotadas con paroxismo en el culo y las tetas, realizar múltiples actos de sodomía con uno, tres, cuatro dedos, luego con un puño y finalizando con dos manos de dueñas distintas cansa. Cansa mucho.
Día 10: “SU SALDO ES INSUFICIENTE”
-¿Cómo que mi saldo insuficiente, hijo de puta cajero?- Propiné una sonora patada a la parte baja del inocente aparato en la calle nocturna solitaria, fría y llena de levitantes papeles. Mi indignación crece por el irracional manejo que le da la inescrupulosa y corrupta banca de este país (por no decir el presidente, culpable de todas mis desgracias) que nos tiene al pueblo humilde y trabajador literalmente jodidos. Así decidí tomar los últimos billetes que tenía en mis bolsillos y me dispuse a visitar al casino, fuente inagotable de suerte, monedas y honestas oportunidades.
Día 11: Pasé toda el día en el claustro de la perdición invirtiendo mi dinero de la mejor manera que existe cuando necesitas aún más dinero. No. No con los tragamonedas, ¡Qué ingenuo eres! Son sus visitantes la verdadera mina de oro. Había un viejo que se veía que tenía bastante pasta para dar y convidar. Me estuvo mirando desde muy temprano y casi constantemente. Una miradita furtiva por aquí, una sonrisita por allá y luego de lo que me pareció una eternidad él se decidió a visitar mi máquina.
–¿No ha habido mucha suerte hoy, eh?- me dijo con una tierna sonrisa. Yo, que estaba tomando un Whisky en las rocas, me encontraba echando monedas a la brillante máquina, al tiempo que mordía el agitador. Hice una pausa, levanté y dirigí la mirada hacia él. Devolví la sonrisa con picardía.
Día 12: Perrito, nalgadas, sodomía, mas nalgadas, facial, dedos, puños, felaciones, más y más nalgadas. El día no pareció terminar y esta vez fui yo el dueño del cansancio. Más tarde en ese lujoso cuarto de hotel me encontré asfixiando al vejete y mostrándole en mi celular unas fotos de los dos en un romántico intercambio de cuerpos desnudos, listas para ser compartidas por millones de personas por redes sociales. El viejo lloró e imploró clemencia. Se la concedí compartiéndole el número de mi cuenta de ahorros. Horas más tarde me encontraba de vuelta en el club en compañía de mis queridos conocidos borrachos y borrachas. El diablo brindó sonriente conmigo a lo lejos y me indicó con un gesto la hora en su muñeca.
Día 13: Después de lo que asumí fue un torbellino de licor, drogas, música y algarabía. Me encontré al volante de un auto muy lujoso convertible que no tengo ni idea de dónde salió. A mi lado estaban dos de mis nuevos compañeros borrachos y tres ardientes y nuevas prostitutas absolutamente drogadas cantando en una hilarante pero muy divertida cacofonía de gritos y entonaciones altisonantes de una canción muy animada que no conozco. Yo conducía a 150 kph en la autopista, por el carril equivocado, tocando ininterrumpidamente la bocina para tratar de avisar a algún incauto que hubiera cometido el error de tomar aquella vía esa noche. Miré a mi derecha y ahí estaba mi demonio entre las piernas de una morena fulana. Me miró, se quitó las gafas negras y vi que me dijo (sin poder escuchar su voz, pero leyendo sus labios) “termina con esto, Diego”.
Yo por mi parte asentí y doblé bruscamente a un lado de la carretera. Todo se volvió negro.
Luego de un rato desperté con el airbag pegado en mi rostro y el cinturón de seguridad aun en mi pecho. El carro estaba a un lado de la carretera detenido por varios árboles bastante maltrechos por el impacto. Ni rastro de mis acompañantes. Maldije y me liberé de la chatarra. Solo tenía algunos golpes en el cuerpo, nada más.
Caminé de regreso a la ciudad
Día 14: Me encontraba en el puente de siempre en la noche, sentado en la barandilla protectora. No había dormido hacía más de 6 días (al menos por más de dos horas).
-Termina con esto, Diego- volví a entonar por segunda vez en menos de quince días
Lloraba profusamente
-TERMÍNALO, ESTÚPIDO IDI…- comencé a gritar pero no alcancé a terminar la palabra. Giré mi cabeza y vi el perfil de alguien a la luz del único faro de ese lugar.
-Hermano. Siempre terminas aquí. Te he estado buscando muchísimo. ¡Por Dios! Baja de ahí
-¿Por qué? Dame una razón.- le dije entre lágrimas.
Y me la dio.
Y aquí estoy en la oficina. Hace dos días en un puente dispuesto a terminar y hoy con dos cafés en mi estómago y mi lengua tiesa por el ardor. Dispuesto a ser diligente. De nuevo esa palabra.
“A la pereza debe ser opuesta diligencia”
Leo mientras las palabras “Bipolar” pronunciadas por Poli abandonan el delgado y efímero mundo acústico.
Mi hermano tenía razón; Ellos no sabían una mierda.



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